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sábado, 7 de abril de 2007

Homenaje al Maestro


Muchos años después, frente al pelotón de coronación en Estocolmo el gran escritor Gabriel García Márquez habría de recordar aquella remota tarde en Aracataca en el que su padre lo llevó a conocer las instalaciones del telégrafo del pueblo.

El telegrafista era su padre, quien a pesar de los temores del chico, le agarró la mano y se la puso sobre el instrumento con el que transmitía sentimientos y sensaciones y alguna que otra mariposa amarilla de pueblo en pueblo. El chico tocó la pieza y retiró rápidamente la mano, “está helada”, dijo, su padre le contestó: “No está helada, está fría, esperando ser usada”, en ese momento Gabito empezó a descubrir el mundo de la comunicación y el relato de sucesos e informaciones. Tecleó lentamente un símbolo, después otro y otro hasta completar una palabra y, sin comprender por qué lo había escrito quedó sorprendido con la cara de su padre. Estaba absorto, había visto los códigos que completaban cada letra, así hasta la finalización de las dos únicas palabras. Lo descifró y lo vio, de ahí su sorpresa: Grupo Copera. Sin saber que significaba le preguntó al chico: “Gabito, ¿por qué has escrito esto?”, respondiendo el que muchos años después luciría un Likiliki: “No lo sé, aunque he tenido la visión de que el día 11 de marzo de 2007 me harán un homenaje, por mi 80 Cumpleaños, en algo que la gente llamará blogs.

Más de medio siglo esperando, ¡No dejes de leer!




La historia tal cual la contaron


Fue así como explicó la historia a un grupo de familiares que se reunían alrededor de una gran botella de Buchannans: “Mira, doña Tranquilina, te digo que estoy,,, pero es que... mira...a mí lo que más me... a mí lo que más me... a mí lo que más me choca, es que esa malagradecida yo pensaba que me iba a dar un nietecito con los cabellos rubios y los ojos rubios y los dientes rubios, así como Troy Donaheu y viene y se marcha con... con... con ese tusa!, ay, ay no! Ay... esta juventud!”. Fue así como él la escuchó, aunque mucho después frente a la vieja máquina de escribir Olivetti, con la que relató sus grandes recuerdos, la explicó de una sugerente y diferente manera: “... en el instante mismo en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre...”

Así, Gabriel García Márquez, el gran observador, relataba a su manera sus recuerdos de infancia. En el Caribe colombiano existe una gran tradición alimentada por la realidad, en cada reunión familiar las historias se repiten. Alguna vez uno de los nietos se levanta en medio de una de las hazañas del padre de su padre con la impertinencia y el desdén de pedir “me llaman cuando el abuelo regrese de la muerte otra vez”. En medio de un manotazo éste es puesto en vereda y toca recibir otra vez la dosis de historia familiar que amerita la ocasión. Pues así la historia de Gabito no era diferente, cada vez escuchando y rumiando las historias, miles de anécdotas repetidas hasta la saciedad.

Un día estando en casa de la tía, llamada de cariño Pía, la familia se reunió para recordar el tercer mes de fallecimiento del abuelo Ché, ese personaje que bien podría confundirse con la figura de José Aureliano Buendía. En un momento de efervescencia y calor en plena confabulación, discusión y divertimiento de la historia familiar, el difunto can Chapulín emprendió una carrera alocada hacia la puerta y con el lomo erizado empezó a aullar. En ese momento la puerta retumbó con tres golpes: tumm, tumm, tumm...; Silencio absoluto. Celso, el marido de Pía, en medio de su habitual monserga de improperios diciendo: “¿Quién se atreverá a tocar a la puerta de esa forma y a esta hora de la noche?”. Abrió la puerta y logró ver la figura de nadie, soledad absoluta. El silencio rodeó la casa y todos en medio de una carrera espectacular se apelotonaron en una de las habitaciones de la casa. Ahí hasta la mañana siguiente. Así fue la historia de lo que después se dedujo era el cumplimiento de la promesa del abuelo de contestar algo, tres meses después.

Historias como ésta suceden en el caribe colombiano. Un genial relator las escucha y escribe, posteriormente es coronado. Así es la historia tal cual la contaron.

Un día después de uno de los regresos a Barranquilla, vio Gabito entrar a su padre ofuscado y embriagado por la puerta principal de su primitiva casa gritando de alegría una incomprensible sarta de frases. Algo había ocurrido en el centro de la ciudad, entre el callejón de los meoas y la calle bajito había observado una nueva fábrica que le llamó la atención al instante mismo de ver sus productos. Trozos de algo que, hirviendo, enfriaba cualquier cosa que tocara. Al principio el padre pensó que se trataba de piedras preciosas, poco después uno de los operarios le corrigió explicándole las naturalezas acuáticas del hielo. Su padre explicaba al entrar en casa que aquel era un prodigio capaz de hacerle olvidar las penas de sus empresas delirantes. Al ver aquel bloque transparente, que, con infinitas agujas internas dejaba escapar un aliento glacial, llegó a la conclusión y así se lo trataba de comunicar a su familia: “Este es el gran invento de nuestro tiempo”.


+ + + CUENTO DE OLORES + + +


Por Carlos Mario Soto

Ahí estaba él, columpiándose en la hamaca que sostenían dos gruesos nudos de cabuya plástica. Ahí estaba él pensando en lo que hizo, en lo que haría. Se detuvo, se sentó y se levantó luego. Las tablas que lo sostenían se quejaron las unas contra las otras. Aspiró profundamente el aire húmedo y cálido que lo acariciaba. Olía a agua y a monte, a mango y a limón, a guayaba y a guineo. Cerca de él, miles de hormiguitas rojas listas para combatir con escozor fórmico a quien se atreva a romper su hilera de extremos invisibles. El río que corría frente a él le sonó como canto de sirena. Ensució sus pies de tierra y monte hasta que llegó a la rivera. El sol lo había radiado suficiente para hacerlo entrar al agua. Se metió suavemente hasta que su toda su franela mojada sobo el accidentado mapa de su larga vida. Del otro lado del río las vió; unas flores que le recordaban a ella. Emprendió camino a la otra orilla y cuando sus pies estuvieron muy lejos del fondo, su pecho estuvo inmensamente comprimido y el olor a flores que sentía se volvio demasiado, supo al fín porqué y por quién estaba ahí. Recordó como él había muerto.

Cuento escrito algún día de 1999 y firmado con seudónimo de El Marqués García.
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Datos interesantes del cuento
+ El cuento original lo escribí para el único concurso en el colegio que participé y quedé de tercero de todo el colegio. Como siempre yo de cagao...
+ Este cuento es lo que pude rescatar de mi archivo mental. Lo tenía escrito en una libreta que le he pedido a mi hermana escanear y me dijo que no la encontraba...
+ El peseudónimo lo puse porque cómo estaba escrito el cuento original, yo sentía que había escrito algo con un realismo mágico, ahora ni me acuerdo del cuento completo ni me atrevería a acerverar tal alcance del mismo; pero ajá, en su momento lo fue y es mi homenaje a Gabo.
+ El cuento fue escrito antes de que saliera la película "Sexto sentido". Me sorprendió entonces la similutud de ambas historias.


Mi primer libro leido



Por Cheo

Cuando la profesora de español Carmen Coronel, en 7º grado nos dijo que teníamos control de lectura para dentro de dos meses de alguno de estos libros: Pedro Páramo, La vorágine o El Coronel no tiene quien le escriba, a mí se me quiso caer el mundo encima porque con esta profesora había que hacerlo, porque era de esas a las que uno le llamaba TESA, que con sólo su presencia ya imponía respeto o por lo menos me lo imponía a mí. Con su complexión huesuda, su cara siempre de estar amargada o mascando alguna pena y ese aire de “lo sé todo y a mí nadie me engaña”, que poseen ciertas personas, a las que tú sabes que ni por más ingenio, ni trabajo que le pongas a la mentira se la va creer, porque parecía tener una bola de cristal que lo adivinaba todo. Y como si fuera poco, era de esas que no le importaba humillarte enfrente del tablero, diciéndote lo bruto que eres y que no ibas a servir ni para echarle el maíz a los pollos.

Mi respeto se convirtió en miedo, el miedo en pánico y el pánico en terror… sí terror. Terror de que me pasara al tablero y salir con un chorro de babas y ser el hazmerreír de mis compañeros, no por lo ocurrente que era, ni por los apodos que ponía a la gente, si no por ser uno más humillado por la seño Carmen.

Tomé la decisión: “A mí no me va a coger de monita”, llegué a casa, le dije a mi mamá que tenía que conseguir alguno de esos libros, ella presta salió conmigo a la librería a buscarlos, llegamos, miramos los tres y yo me decanté por El Coronel no tiene quien le escriba, no por el autor, no por la portada, si no por ser el más corto, es que así tenía más posibilidades de éxito de completar la misión de leer un libro sin muñequitos.

Pero con todo y eso, no fue posible ponerme a la tarea y ahí con esa capacidad que tenemos los Carrillo Palacio de estar siempre con el agua al cuello, con todo para última hora, me encontré a dos días del control de lectura sin haber sacado el libro de la bolsita de la librería Panamericana. Y creo que cuando escuché a la profesora Carmen decir “El control de lectura es para pasado mañana”, el famoso hilito amarillo comentado muchas veces con el polifacético Mauricio; afloró por mi calzoncillo pensando: “No voy a alcanzar ni si me ponen un turbo en los ojos”.

Pero algo ocurrió al abrir el libro, nada más ver que el personaje me recordaba a mi agüelo difunto, que sólo conocía por las leyendas que contaban de él en el pueblo y por una que otra foto vieja en donde me tenía en brazos llevándome a paisajes conocidos, no pude pará de leer una a una sus palabras. Me fui metiendo dentro de su vida, de su entorno, devoraba una a una sus páginas. Y ahí, recostado junto a la pared del salón de español de 7º grado del Colegio San José de Barranquilla, 5 minutos antes de entrar a clase con la Profesora Coronel, leí aquel final que me atravesó como trago de Ron blanco. “ Y que carajo vamos a comer”; me imagino todavía al coronel con el ceño fruncido, con la mirada al suelo sintiendo ese chispazo de orgullo que nos hace tener claro que nuestras ilusiones, por ser nuestras, están por encima de todo, y que si se tiene que caer el cielo, que se caiga porque se tiene que ser digno en este mundo… levantar la cabeza y decir a todo sentimiento… MIERDA.
Desde ese momento no pude despegarme de la lectura, y tener la sensación de que no alcanza todo el tiempo para todas las páginas que hay que leer.

Gracias Seño Carmen donde quiera que esté…
Gracias Gabo… feliz cumpleaños.



Gabo: Leer su obra para revivir la vida

Por David Pino


Muchos años después, sentado frente a mi computador, había de recordar aquellos días de mi infancia en los que por primera vez leí una novela; ésta se hizo comentada entre todos mis compañeros del colegio porque finalizaba con la palabra mierda. Esos eran los días en que tenía que leer a García Márquez para aprobar “Español y Literatura” en el colegio; ahora estoy en los días donde no puedo vivir sin leer a García Márquez.

Mis primeros encuentros literarios con Gabo fueron por compromisos académicos. Pero su prodigiosa imaginación rápidamente llamó mi atención y la de otros amigos; a mis 11 años de edad leí el primer cuento de Gabo por voluntad propia, fue La prodigiosa tarde de Baltazar, cuya historia giraba en torno a una jaula a la que “ni siquiera era necesario ponerles pájaros”. Desde esos días su celebrada obra empezó a maravillarme y hoy en día sus libros Cien Años de Soledad, El Amor en los Tiempos de Cólera y Vivir para Contarla, son imprescindibles para mí.

Y aunque celebridades, genios, y el mundo entero celebre toda su obra, para mí como costeño su obra transciende, además, méritos literarios e intelectuales. Gabo narra en un modo inigualable miles de historias, vivencias y personajes, que sólo han podido ser inspirados en una fascinante tierra como la nuestra. Por eso, nosotros los costeños tenemos el privilegio único de entender su obra en un modo en el que nadie más puede y, a la vez, tenemos el orgullo de que su obra sea embajadora de nuestra cultura e idiosincrasia en el mundo entero.

Por eso, para mí, leer la obra de Gabo es atarme a mis raíces, es estrechar mis costumbres, es sentir mi tierra, es recordar y revivir mi vida.


Gabo en V.O (Versión Original)


Por Alejandro Angel



Pensaba esta semana el tema con el que homenajearía a Gabriel García Márquez por sus 80 años de vida, los 40 de su obra cumbre Cien Años de Soledad y los 25 de la obtención del Premio Nobel de Literatura; mi idea inicial era tomar una frase de nuestro Nobel, con la cual cierra la primera parte de Vivir para contarla el libro de sus memorias, que cuando la usé como firma en mis emails a familia y amigos trajo muchas y muy agradables respuestas sobre todo por que me iba como anillo al dedo

"... Sin embargo, al final agregué una posdata que me cegó como un relámpago al mediodía en el instante de firmar: si no recibo contestación a esta carta antes de un mes, me quedaré a vivir para siempre en Europa"

Y a partir de ahí escribir algo.

Pero el realismo mágico se ve hasta en Barcelona.

Voy en un tren hacia mi trabajo, leo un libro, oigo mi mp3 estoy inmerso en mi pequeño mundo, en eso algo de lo que lee mi vecina de asiento llama mi atención. Disimuladamente leo un fragmento:

"Úrsula tuvo que hacer un grande esfuerzo para cumplir su promesa de morirse cuando escampara. Las ráfagas de lucidez, que eran tan escasas durante la lluvia, se hicieron más frecuentes a partir de agosto, cuando empezó a soplar el viento árido que sofocaba los rosales y petrificaba los pantanos, y que acabó por esparcir sobre Macondo el polvo abrasante que cubrió para siempre los oxidados techos de zinc y los almendros centenarios."


No hay duda, es una versión en español de Cien Años de Soledad, lo que más me llama la atención es que la chica que lo lee tiene en una mano el libro y en la otra un diccionario Deutsch - Spanisch, ya de por sí las finas facciones de la espiada lectora denotaban cierto aire de extranjera en eso suena su móvil y, voilá, empieza a hablar en alemán.

La miré de reojo un par de veces buscando romper la barrera y un segundo después con todo el desparpajo que mi caracter costeño me brinda le pregunté sin más ni más:

- ¿Qué te ha parecido el libro? ¿te ha gustado?

Un poco asombrada por la inoportuna -y sobre todo extraña por estas tierras- intromisión Tanja (no se llama así, y ni idea como se llamaba pero por llamarla de alguna manera) me contestó -en un español gangoso- con un escueto

- Muy bueno.

Yo para mis adentros pensé una de dos o lo está leyendo "obligada" para alguna asigantura de la universidad o pasa de mí directamente, aún así vuelvo a la carga y súper indiscreto le pregunto:

- ¿Y por qué no compraste una versión en tu idioma?, digo hubiera sido más fácil.

Y es que las obras de Gabo están traducidas a más de 20 lenguas desde su español original hasta el hindú pasando por versiones rusas, polacas y hasta en braile.


- Es que quería leerlo en su idioma original y así poder encontrarle toda la carga emotiva a la obra, todo el sentimiento que él quiso darle cuado la escribió y no una traducción que muchas veces se aleja del verdadero sentimiento, sentir y sufrir del escritor.

Es en ese momento cuando el entrevistador se vuelve entrevistado y es ella la que me pregunta:

- ¿Y por qué tanta curiosidad?

Yo le muestro la manilla con la bandera de Colombia que llevo en mi mano derecha desde que salí del aeropouerto El Dorado hace ya lejanos 2 años y más y le digo:

- Soy colombiano, soy caribe, me crié en una ciudad cercana a Aracataca su ciudad natal y de la que parten muchas de sus historias e incluso mi abuelo materno es cataqueño.

En ese momento sus verdes ojos se iluminan. Fue una sensación súper interesante por que ahí estaba yo en Barcelona, a 12 mil km de distancia del soñado e imaginado Macondo, hablando medio en inglés medio en español, con una alemana a la que se le iluminaba el rostro por conocer a alguien del país de Gabo.

- Es mi escritor favorito me he leído todos sus libros- me dice- por cierto, ¿qué significan estas palabras?

Me muestra una hoja donde ha ido anotando palabras para las que no ha encontrado traducción en diccionario o que la que encontraba no le parecían coherente con el contexto, tales como chucherías, capirote, chafarote y varias más, me las ingenio para explicarle más o menos qué es y me dice:

- Ves porqué prefiero leer a García Márquez en su idioma original, eso no tiene una traducción exacta en el libro y ni con el mejor diccionario del mundo.

Mi tren llega a su destino, quisiera seguir hablando con ella, hablar de los Buendía y su estirpe, hablar de la Candida Erendira y su abuela desalmada o de cómo el coronel se tuvo que alimentar...en fin tantas conversaciones que podría dar de sí la obra de Gabo, pero me toca bajar, me despido.

La enorme sonrisa con la que me despide "Tanja" me muestra que el realismo mágico existe. Pero mejor si es en versión original.

Gabo en Imagenes

En su tierra natal

Con su gran amigo Fidel Castro


Con su gran amigo y colega, el Argentino Julio Cesar Cortazar


Con otro grande de las letras, Pablo Neruda


En el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar. El Vallenato es una de sus grandes pasiones y dice que "Cien Años de Soledad es el vallenato más largo que se ha escrito"

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